Desde que nacemos, nuestra familia es el primer grupo de personas con el que establecemos intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia. La familia nos apoya y permite nuestra supervivencia. De ellos aprendemos una infinidad de cosas: a hablar, a caminar, a socializarnos, etc.
La relación que podamos establecer con esas personas tan relevantes para nosotros puede actuar de dos formas: ayudando o entorpeciendo nuestro desarrollo personal.
En la historia de la Psicología siempre se ha considerado que la familia es uno de los grupos humanos en los que, con más probabilidad, pueden aparecer problemas. Por otro lado, también es cierto que la familia es uno de los grupos en el que, con más frecuencia, se suelen solucionar dichos problemas, debido a que su principal objetivo es permanecer unidos y cuidar los unos de los otros.
Sin embargo, hay ocasiones en las que la familia por sí misma no es capaz de resolver el problema y empieza a causar un fuerte deterioro en las relaciones de los miembros que la forman. Es en este momento en el que algunas familias deciden pedir ayuda a profesionales de la Psicología.
Cuando quien acude a consulta con un problema es una familia y no una persona individualmente, tenemos en cuenta que estos dos presupuestos:
- la familia influye en los procesos psicológicos de cada uno de sus miembros (su forma de pensar, su comportamiento, etc).
- el cambio en el comportamiento de un sólo miembro de la familia, va a dar lugar a un cambio en el total de la familia.
Por ello, en general las sesiones de terapia con una familia suelen ser más efectivas que las individuales en términos de recursos, tiempo y número de consultas, ya que podemos trabajar con todos los miembros del sistema familiar al mismo tiempo y todos trabajan para conseguir el mismo objetivo: conseguir que vuelva a haber una buena relación en la familia.
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