La relación que se establece entre paciente y terapeuta es compleja para todos los profesionales, ya que cada paciente es distinto y debemos adaptarnos a las necesidades de la persona que tenemos delante de nosotros.
En dicha interacción se ponen en juego sentimientos y pensamientos del terapeuta que, en algunas ocasiones, pueden llegar a ser bastante fuertes. Además, hay casos en los que las situaciones que han vivido nuestros pacientes pueden habernos sucedido también a los terapeutas, haciendo que podamos fácilmente ponernos en el lugar de la persona a la que estamos atendiendo e identificarnos con ella.
Todas estas emociones que sentimos en terapia pueden desgastarnos y hacer que acabemos presentando el conocido síndrome del queme (más conocido por su denominación en inglés burnout).
El síndrome del queme o burnout se produce cuando un terapeuta está expuesto a un estrés crónico y se encuentra agotado emocionalmente. Dichos síntomas ocasionan que nuestra productividad se reduzca y que perdamos interés en ayudar a nuestros pacientes.
Pueden presentar las siguientes características:
- Emociones como tristeza, miedo o enfado son muy comunes.
- Forma de pensar rígida e inflexible.
- Agotamiento físico crónico.
- Dificultades en la comunicación y aislamiento.
- Sentimiento de impotencia, de que nada depende de uno mismo.
- Alta probabilidad de tener discusiones con los pacientes o con otros compañeros.
- Tendencia a quejarse por todo.
Es importante estar alerta a la aparición de dichos síntomas para evitar quemarnos en nuestro trabajo. Para ello, el próximo día os indicaré algunas cuestiones que podemos tener en cuenta para cuidar de nosotros mismos y evitar llegar a sentirnos quemados.
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