martes, 22 de julio de 2014

¿Los niños pueden tener depresión?

Tradicionalmente, era muy común pensar que la depresión en los niños no existía. Sin embargo, a día de hoy sabemos que los niños se deprimen, como también lo hacen los adultos. A pesar de esto, sigue infradiagnosticándose porque los criterios diagnósticos son los mismos para ambas edades, aunque las manifestaciones que presentan son diferentes.

Como ya os he explicado en la entrada que escribí hace unos meses acerca de este trastorno (¿Me siento triste o tengo depresión?), la depresión es altamente incapacitante y causa un elevado malestar a la persona que la padece, por lo que es muy importante poder detectarla lo antes posible y ayudar a quien la está sufriendo.


Entonces, ¿cómo podemos reconocer cuándo un niño está deprimido? 

Debido a que hasta los 6 años no estamos preparados para poner adecuadamente en palabras lo que sentimos, nuestros conflictos psicológicos o descontento, cuando en la infancia se sufre un trastorno depresivo, se manifiesta de diferente forma que los adultos. Por ello, los niños suelen expresar su malestar, en mayor medida, con sintomatología física y a través de su comportamiento.

Algunas de las manifestaciones que pueden aparecer son las siguientes:
  • Problemas para dormir.
  • Problemas para comer adecuadamente, generalmente con pérdida del apetito.
  • Intolerancia a la menor frustración.
  • Se suelen mostrar la mayor parte del tiempo como niños pasivos, que no exploran el medio que les rodea.
  • Tristeza, que es muy común que en niños se manifieste con constantes muestras de enfado e irritabilidad.
  • Sentimientos de desvalorización e incapacidad para hacer las cosas.
  • Sentimientos de "no ser querido".
Por tanto, si observamos que un niño presenta de forma continuada estos síntomas que no remiten, puede ser muy útil buscar la ayuda de un profesional, para que valore si el niño está presentando un trastorno depresivo y poder ayudarle.

martes, 15 de julio de 2014

¿Qué puedo hacer cuando mi hijo tiene miedo?

Como ya hemos comentado en la entrada de la semana pasada "Tengo miedo a la oscuridad", la infancia es una época de la vida en la cuál es muy común tener miedos. Muchos de ellos desaparecerán con el tiempo de forma espontánea, aunque otros permanecerán algún tiempo más. 

Tal y como os he explicado, los miedos suelen aparecer en los primeros años de la infancia, una edad en la que el niño aún no es capaz de entender, por sí mismo, el mundo que le rodea y no puede separar lo que es real de lo imaginario. Por tanto, los miedos tendrán un poder sobre él/ella importante, ya que anticiparán todo lo malo que les puede pasar cuando se sienten así.


Para los padres es complicado observar que su hijo tiene miedo a algo y que lo está pasando mal. Por ello, es bastante común que reaccionen de estas dos formas: 
  • se preocupan en exceso porque ven que su miedo va a más en lugar de desaparecer y tratan de protegerlo de todo aquello a lo que teme o, 
  • tienden a ignorar la angustia que siente, forzándole a afrontar aquella situación que le aterra y no permiten que exprese la ansiedad diciéndole frases como "No te asustes, no te pongas así...".

Cualquiera de las dos estrategias descritas anteriormente suelen ocasionar la cronificación del problema, evitando así que el miedo pueda desaparecer naturalmente.

Por tanto, para ayudar a que los miedos de nuestro hijo no empeoren es muy importante transmitirle seguridad y dejarle que exprese sus sentimientos. También es necesario recordar que no es conveniente estar exponiéndole a aquello que le da miedo continuamente, ni forzarle a que lo haga cuando no se siente preparado. 

La idea es que afronte poquito a poco sus miedos, para lo que podemos acompañarle a esos sitios que le asustan, mostrándole que estamos a su lado y que le apoyaremos en todo momento. Iremos reforzando todos los pequeños acercamientos que haga al objeto temido, por muy pequeños que sean. Por otro lado, es muy importante dar ejemplo con nuestra propia conducta, de forma que nuestro hijo pueda ver que el miedo es algo normal, que a nosotros también nos asustan algunas cosas y que hacemos intentos por superarlas. Ese será un gran aliciente para él.

martes, 8 de julio de 2014

"Tengo miedo a la oscuridad"

Continuando con el tema de la psicología infantil que inicié la semana pasada, hoy os escribo acerca de los miedos en la infancia.

Como ya he comentado en las dos entradas que escribí acerca del miedo y la ansiedad  tituladas "Miedo" y "Lo que siento es... ¿miedo o ansiedad?", el miedo es una emoción básica y necesaria para la supervivencia. Sin embargo, existen ocasiones en las cuáles puede llegar a ser desadaptativo y crear problemas a la persona que lo siente.

La infancia es uno de los momentos evolutivos en los que es más común tener miedos. Todos conocemos a un niño o un adulto que afirma haber tenido miedo a la oscuridad o a ciertos animales en la niñez. 


Algunos de los miedos más comunes en la infancia son:
  • Primera infancia: Cuando todavía son bebés, los niños suelen tener miedo a los ruidos fuertes, a la separación de sus figuras de apego, a las alturas, etc.
  • 2-4 años: Suele ser muy común en esta etapa el miedo a la oscuridad y a los monstruos. También se mantienen los miedos de la etapa anterior.
  • 5-7 años: A esta edad suelen comenzar los miedos a los animales y a cualquier acontecimiento que suponga un peligro físico como, por ejemplo, tener un accidente o el trueno.
  • 8-12 años: Coincidiendo con la época en la que a los niños se les exige más en el rendimiento académico, el miedo más importante en esta etapa se centra justamente en eso: no poder rendir adecuadamente y "ser tonto" (tal y como a veces se definen cuando tienen más dificultades que otros niños).
Aunque señalemos estos miedos como típicos de la infancia, es importante recordar que algunas personas continúan teniendo estos mismos miedos en la edad adulta. De hecho, el miedo a determinados animales como las serpientes es muy prevalente en población normal.

martes, 1 de julio de 2014

Cuándo los niños acuden al psicólogo

Cuando los niños acuden a la consulta de un psicólogo se produce una situación un tanto especial. Los niños no vienen por decisión propia, sino porque otras personas han pensado que deben acudir para buscar ayuda. Esas personas generalmente suelen ser el profesor, el orientador del colegio, el pediatra o sus propios padres.

Por lo tanto, un aspecto interesante puede ser decidir quién acudirá a la primera consulta: solamente los padres o los padres y el niño. Aunque no existen normas a seguir acerca de esto, en ocasiones puede ser recomendable que acudan en un primer momento los padres y posteriormente traigan al niño en la próxima sesión para poder evaluarlo.


En esta primera consulta, ellos pueden darnos su opinión y su visión de lo que le ocurre al niño, sin tener que presenciar éste la conversación en la que se relatan todas sus dificultades. Además, en esta sesión podemos trabajar con los padres cómo le explicarán al niño que va a ir a la consulta de un psicólogo.

En la consulta con el niño, nuestro objetivo fundamental es establecer una buena relación con él, para luego poder trabajar el motivo por el que lo traen a tratamiento.

Inicialmente, es muy importante poder conocer cómo es el niño, qué cosas le gustan, cómo disfruta de su tiempo libre, a qué juega, etc. También es relevante conocer si tiene amigos y qué tal le va en el colegio independientemente de cuál sea el problema por el que ha venido.

Después de habernos ganado la confianza del niño y de que vea nuestra clínica como un lugar en el cual puede estar a gusto, hablar de lo que desee, jugar y pasar un rato entretenido, podemos trabajar a través de diferentes métodos o técnicas el motivo de la consulta. Una de las técnicas que más utilizamos es el dibujo.

Para finalizar, no quería terminar este post sin dar las gracias a Kutxi Pacheco, por haberme permitido usar una fotografía tan especial como ésta.