Para el hombre de las cavernas el objetivo en la vida era la supervivencia. Por ello, la caza era una actividad fundamental. Cuando se encontraba frente a frente con un animal salvaje, podía sentir miedo, pero tenía que sobreponerse a él y enfrentarse al animal en cuestión para poder llevar el alimento a su familia, tribu o grupo.
Estímulos como los animales grandes, la oscuridad y los desastres naturales nos han dado miedo desde tiempo inmemorables. Son miedos que siguen estando presentes en nosotros hoy en día.
Pero tanto para este hombre primitivo como para nosotros, el miedo actúa de la misma manera. Nuestro corazón se acelera, se segregan hormonas como la adrenalina, el sistema inmunológico se detiene, así como todas las funciones que no son esenciales en el cuerpo en ese momento. Y todo ello para prepararnos para lo inminente: huír o pelear.
El miedo es una emoción básica y necesaria para nuestra supervivencia, hoy y siempre. De hecho, si no lo tuviéramos, seríamos una presa fácil para animales salvajes o pondríamos en peligro nuestra vida al tirarnos desde un edificio alto. En resumen, el miedo nos hace más precavidos, nos pone en alerta y nos ayuda a reaccionar adecuadamente.
Sin embargo, el miedo no siempre es adaptativo. Hay circunstancias, en las cuáles, el miedo se puede convertir en nuestro peor enemigo; impidiéndonos llevar una vida normal. Y es, en este caso, cuando aparecen los trastornos de ansiedad, tema sobre el que os hablaré en la entrada del próximo martes.
¡Hasta la semana que viene!
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