Continuando con el tema de la semana pasada, hoy os escribo sobre cómo reaccionamos las personas ante la enfermedad. A estas respuestas que damos ante ella las llamamos estilos de afrontamiento.
El estilo que adoptemos ante estos acontecimientos vitales tan adversos y estresantes, influye significativamente en el proceso de adaptación a la enfermedad.
Los principales estilos de afrontamiento que podemos presentar son los siguientes:
- Evitación/Negación: la negación actúa como escape de la situación estresante o como mecanismo de afrontamiento a corto plazo para evitar los problemas abrumadores que suelen aparecer asociados al diagnóstico. Sin embargo, a largo plazo, suele correlacionar positivamente con malestar emocional.
- Espíritu de lucha/optimismo: si pensamos que la enfermedad es un desafío, pensaremos que se encuentra bajo nuestro control personal. Este estilo se asocia con búsqueda activa de información acerca de la enfermedad y los tratamientos. Además, suele correlacionar con un ajuste psicológico más positivo comparado con el resto de los estilos de afrontamiento.
- Preocupación ansiosa/desesperanza: si percibimos la enfermedad como una amenaza, podemos adoptar cualquiera de estos dos estilos:
- Preocupación ansiosa: la persona percibe una gran incertidumbre tanto acerca de la capacidad de control como sobre las posibilidades futuras. Suelen buscar información como los anteriores, pero, a diferencia de ellos, tenderán a interpretarla negativamente.
- Desesperanza: el paciente pensará que no tiene ningún control de la enfermedad. Suele aparecer en personas que ven el diagnóstico como pérdida, ya que su vida diaria se ve interrumpida.
- Fatalismo: estas personas aceptan pasivamente la enfermedad, sin pensar que pueden ejercer algún control sobre ella. Se resignan a su suerte, sin hacer nada para cambiarla.
Una misma persona puede pasar por diferentes formas de afrontar la enfermedad a lo largo del proceso. En función del estilo de afrontamiento adoptado, tendremos un mejor o peor ajuste. Además, puede actuar como moderador del impacto negativo de la enfermedad sobre nuestro funcionamiento físico, social y emocional.
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